Creemos...
Dios nos ha llamado a ser una Iglesia del Gran Mandamiento y la Gran Comisión. Somos una iglesia que está en el mundo pero no es del mundo. Una iglesia que busca ser fiel y fructífera. Una Iglesia que ama de palabra y obra. Por lo tanto, nuestros valores reflejan todo lo que somos y todo lo que queremos ser y son parte de nuestras creencias fundamentales, proporcionando límites protectores, motivación y dirección al buscar cumplir nuestra misión.
Doctrina
“Toda la escritura es inspirada por Dios”, en el sentido de que el Espíritu Santo guió a los escritores sagrados para que las palabras que escribieron constituyeran la Palabra de Dios. Creemos que la Biblia es la autoridad final y es completamente suficiente para todo lo relacionado a la fe y conducta (2 Tim. 3:15-17; 2 Pedro 1:19-21).
La Deidad existe eternamente en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Creemos que estos tres son un solo Dios, teniendo la misma esencia, naturaleza, atributos y perfección, y son dignos de la misma reverencia, confianza y obediencia (Mat. 28:19-20; Juan 14:6-17, 2 Cor. 13:14; Col. 1:13-19; Heb. 1:1-3).
El hombre fue creado originalmente a imagen de Dios para adorar y servir a Dios en su creación; a causa de su pecado él cayó de este alto llamamiento, murió espiritualmente, perdió toda vida espiritual y quedó sujeto al poder del diablo, adorando y sirviendo a la creacion en lugar del Creador. Esta caída de la naturaleza humana ha sido transmitida a todas las personas en todas partes, exceptuando al hombre Cristo Jesús, de modo que cada hijo de Adán está alienado de Dios y en necesidad de la gracia salvadora (Gén. 1:26-28; Sal. 8; Rom. 1:18 y 3:23; Ef. 2:1-3).
El eterno Hijo de Dios se encarnó para revelar a Dios a la humanidad y reconciliar a los hombres y mujeres con Dios. Como un hecho histórico, fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María, vivió en la tierra, fue crucificado y sepultado, resucitó de entre los muertos y ascendió al Cielo (Juan 1:1-14: Hechos 2:22-36; Fil. 2:5-11).
La salvación para los hombres y mujeres ha sido provista por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió como nuestro sustituto, derramando su sangre para la remisión de nuestros pecados (Rom. 5:6-21; Col. 1:12-14, 20-22; 1 Pedro 1:18-23).
La salvación es iniciada y completada por Dios y recibida por fe; de modo que los que confían en Cristo como Salvador reciben el perdón y nacen de nuevo por el Espíritu, pasando de muerte espiritual a vida eterna. Creemos que Dios desea que todos los hombres y mujeres sean salvos. Creemos que aparte de la obra eficaz del Espíritu Santo, nadie respondería en fe salvadora a Cristo. Creemos que el Espíritu Santo hace esta obra salvadora en unión con la presentación del Evangelio de Jesucristo (Juan 3:1-18; Rom. 5:1-5; Ef. 2:4-10; Tito 3:4-7; 2 Pedro 3:9).
Todos los que han nacido de nuevo por el Espíritu están asegurados de su salvación y esta seguridad está basada en la promesa de Dios en su Palabra escrita. Esta fe salvadora produce amor y obediencia dentro de nosotros (Rom. 8:15-17, 31-39; 1 Juan 3:7-14, 5:1-13).
La verdadera iglesia está compuesta por todos los que han nacido de nuevo; que el Espíritu Santo bautiza a todos los creyentes en un solo cuerpo, dotando a la Iglesia de los dones necesarios para su obra. Por lo tanto, hacemos todo lo posible para elevarnos por encima de todas las diferencias personales, prejuicios y barreras raciales, para mantener la unidad del Espíritu en amor y paz, tanto en este cuerpo local de Cristo como en el cuerpo más grande de Cristo que nos rodea (Rom. 12:4-19; 1 Cor. 12:1-27; Ef. 4:1-16).
El Espíritu Santo es nuestro Consolador y Ayudador, que fortalece la fe y la devoción y nos conforma a la imagen de Cristo (Juan 16:7-15; Rom. 8:1-14; 1 Cor. 6:19-20).
Somos llamados a vivir de manera santa en obediencia a la Palabra de Dios, a desechar los deseos pecaminosos y cultivar y llevar el fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:16-25; Col. 3:1-17, 2 Tim. 3:14-17, 1 Pedro 1:15).
Nuestra bendita esperanza es el retorno personal de Cristo por su Iglesia. También creemos que en la muerte los redimidos entran en la presencia de Cristo, y después de la resurrección del cuerpo en su segunda venida, ellos estarán para siempre con Él en su gloria. A los incrédulos después de la muerte les espera el juicio final cuando serán castigados con la separación eterna de la presencia del Señor en el infierno (1 Cor. 15:19-58; Fil. 1:20-23; 1 Tes. 4:13-18; Ap. 20:11-15).
El mundo ha de experimentar el juicio de Dios. No será convertido ni perfeccionado durante la edad presente, pero el Señor Jesús volverá a la tierra para reinar en justicia. Al final del milenio, él marcará el comienzo de su Reino eterno con la creación del nuevo Cielo y la nueva tierra (2 Tim. 3:1-5; Isa. 11:1-9; Ap. 20-22).